Terminalia: la fiesta del dios al que nadie pudo mover
Terminus era un dios antiquísimo del pueblo romano. Tan antiguo como las fronteras o los límites de los campos que protegía y señalaba. Esta divinidad, a la que se consagraba la fiesta de las terminalia, estaba representada por los mojones o estacas que separaban los límites de los campos de los agricultores. Representaba la invariabilidad y la firmeza de las divisiones terrenales, por lo que en este día se le hacían ofrendas a cualquier tipo de marca que delimitara espacios adornándola con guirnaldas y salpicándola con la sangre de un cordero o un cochinillo. Las gentes del campo solían hacer una hoguera cerca y después cantaban canciones sagradas a Terminus para asegurar que se mantendría firme en su cometido.
Según la tradición, cuando en la época de los reyes se estaba proyectando la construcción del templo de Júpiter Optimus Maximus, bajo el mandato del segundo de los Tarquinios, los dioses eligieron a través de los augurios que fuera el monte Capitolino, entonces conocido como Tarpeyo, el que acogiera la morada del rey de los dioses. Por desgracia, el monte estaba repleto de pequeños altares dedicados a otras divinidades, por lo que fue necesario buscar el consentimiento de los dioses para desacralizarlos y así poder construir el gran templo en ese terreno.
Los augurios fueron positivos, como transmiten Ovidio (Fastos, II, 640-685), Tito Livio (Desde la fundación de la ciudad, I, 55) y Dionisio de Halicarnaso (Antigüedades romanas, III 69, 3-6), en todos los casos salvo en el altar monolítico de Terminus, que se negó a ser levantado de la posición en la que se decía que lo había colocado el rey Numa. Por ello, su sacellum o templete fue conservado en su lugar e integrado dentro del templo del dios Júpiter, creando incluso una pequeña claraboya en el tejado del propio templo para que el dios de los límites siempre se mantuviera, como ordenaba la ley divina, a cielo abierto. Este prodigio fue interpretado como un buen augurio para Roma que vaticinaba la firmeza y la estabilidad del Estado y la inamovilidad de las fronteras de la ciudad de Roma.
Romanae spatium est urbis et orbis idem.
El espacio de la urbe romana es el mismo que el del orbe.
(Ovidio, Fastos, II, 684).
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Néstor F. Marqués – Coordinador de Antigua Roma al Día
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